Navidad

27 de diciembre.La Sagrada Familia

Lectura del libro del Eclesiástico 3,2-6.12-14

Salmo 127 R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3,12-21

Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.

Lectura del Santo Evangelio según san Lucas 2,22-40

«Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor»), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.»

Palabra del Señor

Comentario

«El Evangelio de Lucas de este domingo nos muestra cuatro figuras en torno al Niño, que por primera vez llega al Templo de Jerusalén. María y José cumplen las prescripciones legales con el don de los pobres, los dos pichones de paloma. Quien es así  “rescatado” es el primogénito del joven matrimonio, pero es el Unigénito del Padre, que siendo grande y rico se hizo pequeño y pobre, se hizo uno de nosotros porque, decía el Papa Francisco, “Dios se complace en nuestra pequeñez”.

En Simeón se manifiesta la esperanza de Israel, “pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz”, en él hay un anticipo de Pentecostés, está lleno del Espíritu Santo y por eso puede reconocer al Mesías que ha llegado, “la gracia de Dios que se ha manifestado”. Por eso ya puede partir en paz, sus ojos han visto la salvación, a Cristo, “la luz de las gentes” (“Lumen Gentium” son justamente las dos palabras iniciales del más importante texto del Vaticano II). En cada rezo de Completas la Iglesia repite sus palabras, que anticipan la de cada uno de nosotros cuando llegue el tiempo de partir de la mano de Jesús, María y José.

Es el Espíritu el que permite a Simeón hacer la primera profecía de la Pasión: anuncia el dolor de María, la espada que atravesará el corazón de la Madre “junto a la cruz”. Ana, con sus ochenta y cuatro años, desborda de alegría, seguramente escuchó a Simeón y salió a compartir, a anunciar, la gran noticia. Ni José ni María dicen palabra alguna pero están admirados de lo que decían de su niño. Como ellos, no perdamos la capacidad de admirarnos de las maravillas de Dios cada día, en cada misa, en cada misión, en la vida de familia y del trabajo, en la pobreza o en la enfermedad, ante la naturaleza, ante cada ser humano, ante cada caricia de Dios. Como Simeón, sepamos esperar, discernir, responder al Espíritu Santo para proclamar al Salvador, como Ana salgamos con alegría a comunicarlo y transmitirlo entre la gente que, como entonces, llega apurada y cansada, desilusionada quizás. Simeón y Ana tendrían que estar en nuestras propios templos y comunidades donde a menudo no somos capaces de salir a encuentro, reconocer y acoger.

En esta fiesta en pleno Tiempo de Navidad, como familias y como comunidades religiosas, vayamos a Nazaret, el hogar de José, María y Jesús. El Beato Pablo VI decía en su viaje de 1964, “Nazaret es la escuela de iniciación para comprender la vida de Jesús. La escuela del Evangelio. Aquí se aprende observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido, tan profundo y misterioso, de aquella simplísima, humildísima, bellísima  manifestación del Hijo de Dios…Oh, y cómo querríamos ser otra vez niños y volver a esta humilde, sublime escuela de Nazaret!”. En la casa de José, el Carpintero, seamos niños con el Niño, crezcamos con él, y como María, guardemos en el corazón tantas enseñanzas, que desborden en el anuncio del amor de Dios-con-nosotros.»

Reflexión realizada por Norberto Padilla para  este blog ,el  28 de diciembre de 2014.

Claudina en su infancia conoció al Dios Padre bueno, Dios en lo cotidiano,  miraba el mundo con el corazón de Jesús. En su adolescencia, con el corazón roto, queriendo perdonar y no poder ADORA Y CONFIA. Pasaría ratos contemplando a María, la Madre y a Jesús , el amigo, con sus corazones traspasados por amor, además de consolarle, le cambiarían la mirada poco a poco… Hay que enseñarles, hay que educarles, darles amor, para que los niños puedan crecer en sabiduría y en gracia.

¿Cómo educamos y para qué?

 

 

 

Equipo, AFJM AU